La Verdadera Felicidad.


La Felicidad. 

Por. Milton Alonso Granados. 


En los últimos años, nuestro conocimiento en tecnologías modernas ha aumentado de manera considerable y, como resultado, hemos presenciado un notable progreso material. Sin embargo, la felicidad del ser humano no se ha incrementado del mismo modo que se ha incrementado la ciencia y el progreso material. 


A pesar del avance tecnológico, hoy día no hay menos sufrimientos ni menos infortunios en el mundo, incluso se podría decir que ahora tenemos más problemas y hay más peligros que nunca. 

 

Esto indica que la causa de la felicidad y la solución a nuestros problemas no se encuentran en el conocimiento del mundo externo. La felicidad y el sufrimiento son estados mentales y, por lo tanto, sus causas principales no existen fuera de la mente misma.  


La realidad es que, si queremos ser verdaderamente felices y liberarnos del sufrimiento, debemos aprender a controlar y renovar nuestra mente. 


Cuando las cosas no marchan bien en nuestra vida y nos encontramos en dificultades, solemos pensar que el problema es la circunstancia que nos rodea o la situación en sí misma, pero en realidad todos los problemas que experimentamos provienen de la información que ha recibido y aceptado nuestra mente.  


Si respondiésemos ante las dificultades con una mente disciplinada, pacífica y constructiva, los problemas no nos causarían tanto sufrimiento; sino que, por el contrario, podríamos llegar a considerarlos como oportunidades y retos para progresar en nuestro desarrollo personal.  


Es importante tener claro que los problemas solo aparecen cuando reaccionamos de manera negativa ante las dificultades que vienen a nuestra vida.  


Por consiguiente, si queremos solucionar nuestros problemas, debemos transformar nuestra forma de pensar. La mente tiene el poder de crear todos los sentimientos, las sensaciones y la forma en que nos relacionamos con el mundo exterior. 


Nuestra vida, es el resultado de las acciones acumuladas, de las emociones y la energía que nos habita. 


Un mundo tranquilo y estable es el resultado de acciones propias y equilibradas; y un mundo agitado y fuera de control, es el resultado de acciones impropias y desmedidas.  


Nuestra mente es la puerta de acceso, el punto de contacto, el puerto de carga y descarga en donde fabricamos las acciones que crean nuestro mundo y todos los objetos y emociones que nos habitan. No hay obra alguna que no pase o sea aprobada por la mente misma. 


Por lo general solemos decir: «He hecho esto y lo otro» o «Él o ella ha hecho esto y lo otro», pero la verdadera creación y ejecución de todas las cosas han sido los pensamientos cultivados en la mente misma. 


La falta de conocimiento y dominio de nuestra propia mente hace que muchas veces caigamos en esclavitud, de tal manera que cuando la mente decide hacer algo, no nos queda más remedio que obedecerla.  


Desde que nacemos, hemos estado bajo la inteligencia de su control, actuando bajo la dirección y obedeciendo cada uno de sus mandatos. 


La buena noticia es que si recibimos y ponemos en práctica las enseñanzas de Cristo y su Evangelio Eterno podemos cambiar esta situación adversa y alcanzar el dominio y equilibrio de todo nuestro ser. Solo entonces disfrutaremos de verdadera libertad. 


Esperar que una mera comprensión intelectual de los textos del evangelio nos ayude a solucionar nuestros problemas es como pretender que una persona enferma se cure leyendo instrucciones médicas sin tomar la medicina. 


En realidad, toda la felicidad o los problemas que tenemos a diario proceden de nuestras mentes, de la continua lucha y el aferramiento propio a las cosas materiales de esta vida. Aquellas cosas, a las que sin saberlo les hemos dado una importancia desproporcionada y por tanto dañina para nuestra vida. 


Usualmente y debido a una formación e información incompleta del Espíritu de Vida o ley de causa y efecto, solemos culpar a los demás de nuestra incapacidad a la hora de querer cambiar los resultados a nuestro favor; logrando con esto, solo empeorar aún más las cosas.  


Es a partir del egoísmo del hombre y su apego a lo material que surgen la gran mayoría de las perturbaciones mentales, como el odio, el resentimiento y la infelicidad; resultando esto en una fuente de innumerables problemas que conllevan al agotamiento físico y emocional. 


El origen de todos nuestros problemas diarios y sufrimiento es producto del apego descontrolado al mundo material. Cuando el reino y su reposo no está en primer lugar; cuando hemos puesto lo terrenal y mi hombre carnal o “yo inferior” reina y no mi hombre espiritual o “yo superior” entonces todo estará funcionando de modo incorrecto.   


Aunque deseamos ser felices en todo momento, no sabemos cómo conseguirlo, y destruimos sin querer nuestra propia felicidad. Intentamos, incluso en sueños, huir de los problemas y sufrimientos, pero no sabemos cómo liberarnos de ellos. Y todo esto debido a que no comprendemos la verdadera naturaleza de los fenómenos, nos creamos problemas y sufrimientos, cometiendo continuamente acciones perjudiciales e inapropiadas que actúan en contra de nosotros mismos y de los demás. 


Desde el principio -y debido a nuestro anhelo incontrolado de querer que se cumplan todos y cada uno de nuestros deseos-, hemos equivocado el camino, al cometer todo tipo de malas acciones –acciones que perjudican a los demás– y como resultado de este mal proceder padecemos con frecuencia y sin necesidad, toda clase de desgracias y sufrimientos sin cesar.  


Por lo general, cuando nuestros deseos no se cumplen, generamos acciones impropias que generan infelicidad, enojo, enfermedad y depresión; todos estos males se generan a partir de nuestra inflexibilidad a la hora de querer hacer que se cumpla cada uno de nuestros deseos.  


Cuando perdemos alguna de las cosas que nos gustan, nos sentimos infelices, nos disgustamos y nos enojamos con la vida y con nosotros mismos; todas estas cosas suceden por el deseo sin control que hemos desarrollado hacia las cosas materiales. 

 

Si pudiéramos controlar nuestros deseos, no habría ninguna base para experimentar la tristeza, el dolor y la ansiedad que padecemos a la hora de desprendernos de aquello sobre lo que considerábamos tener derecho de posesión. 


Muchas personas se pelean, cometen crímenes e incluso participan en guerras; y todas estas acciones se generan a partir de su anhelo desmedido por acumular y querer que se cumplan cada uno de sus propios deseos.  


No existe, ni un solo problema que experimenten los seres sintientes que no proceda de su deseo incontrolado. Esto demuestra que mientras no controlemos nuestro deseo, no dejaremos de tener problemas. 


Hemos de comprender que los problemas no existen fuera de nosotros mismos, sino que son parte de nuestra mente que experimenta sensaciones desagradables. Si, por ejemplo, nuestro computador no funciona bien, solemos decir: «Tengo un problema», pero en realidad no somos nosotros quienes lo tenemos, sino el ordenador.  


El problema del ordenador es externo, mientras que el nuestro, la sensación de malestar es interno, por lo que son completamente distintos. Para solucionar el problema del ordenador debemos repararlo, y para solucionar el nuestro, hemos de controlar nuestro apego al ordenador. 


Mientras no seamos capaces de controlar nuestros engaños, como el deseo incontrolado, tendremos que experimentar sufrimientos y problemas de manera continua, durante toda esta vida y la porvenir.  


Es imposible liberarnos del sufrimiento y los problemas a menos que practiquemos el equilibrio y la verdad que nos da las enseñanzas del Cristo a través de su Evangelio Eterno posicional. 

 

Con este entendimiento hemos de generar y mantener la firme aspiración de abandonar la raíz del sufrimiento, que es el deseo incontrolado que produce la rueda de la vida y su entorno material. 


Gálatas 2:20-Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios. 



 

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