La Ley de las Apariencias o “Siete Veces Como”

 

Por. Milton Alonso Granados  

 La Ley de las Apariencias o “Siete Veces Como”

  Ø 2 Corintios 6:1-10.

En el capítulo seis de su segunda carta a los Corintios, el apóstol Pablo hace una fuerte exhortación, para que estos aprovechen al máximo los beneficios de la Salvación, y de la gracia de Dios. El sufrimiento no debería de ser una excusa para no vivir una vida de éxito y plenitud.

En su razonamiento, el apóstol pone su vida ministerial como ejemplo y para ello enumera padecimientos tales como: tribulaciones, necesidades, angustias, azotes, cárceles, tumultos, trabajos, desvelos y ayunos (Vs. 4,5).

Las circunstancias adversas por las que atravesaba el apóstol eran realidades indiscutibles, sin embargo, para su mente disciplinada: el castigo, la tristeza y la pobreza (entre muchos otros sufrimientos), eran solo “un como” o una apariencia circunstancial y pasajera, y no una verdad permanente o posicional.

Todo lo que sucedía en la vida del apóstol Pablo habría sido suficiente para que cualquier persona decayera en su fe, a pesar de esto, este hombre de Dios escogió poner su confianza y su gozo en lo eterno y no en lo temporal.

A partir del verso 8 al 10 de 2 de Corintios 6, Pablo repite la palabra como, “en Siete ocasiones.”

Por cada una de estas “Siete verdades relativas o pasajeras” el apóstol tiene una confesión firme y bien posicionada en la fe.

Cada una de estas declaraciones, son un testimonio vivo, de una mente que permanece en la quietud y el dominio que proviene del gran Reposo de Dios.


1.      Como engañadores, pero veraces.
2.      Como desconocidos, pero bien conocidos.
3.      Como moribundos, mas he aquí vivimos.
4.      Como castigados, mas no muertos.
5.      Como entristecidos, mas siempre gozosos.
6.      Como pobres, mas enriqueciendo a muchos.

7.      Como no teniendo nada, más poseyéndolo todo. (2 Corintios 6:8–10)

Todos los “como” que el apóstol utiliza aquí expresan un estado aparente de persecución, tristeza, angustia y pobreza. Sin embargo, la verdad absoluta y posicional de fe que el apóstol estaba viviendo en su vida espiritual era muy diferente.

En la vida de Pablo no había espacio para los lamentos, la derrota o el fracaso, porque su mirada no estaba fija en lo temporal; sino en la eternidad de Aquel que nos ha declarado por siempre bendecidos y en victoria (Efesios 1:3; 1 Juan 5:4; Romanos 8:28-39).

Lo que este hombre de Dios dice en su escrito y con su ejemplo es: Lo que ustedes logran ver, “solamente parece ser” pero la verdad de Dios en mí, en la que creo, es que me encuentro gozoso, en victoria y teniendo tanto como para bendecir a otros.

En estos “Siete como, o Siete declaraciones apostólicas” encontramos la luz que nos muestra la diferencia entre una verdad relativa y temporal y una verdad que es eterna y espiritual.

Una verdad sujeta al tiempo, por ser pasajera cambia, por lo que, en algún momento "dejará de ser.” Pero una verdad eterna, por haber salido de Dios y por ser posicional y consumada, permanece para siempre. La que es relativa alimenta el miedo: la que es permanente, por ser inconmovible ¡da confianza y seguridad!

La “ley del como, o ley de la apariencia,” expresa una gran verdad que podría transformar la manera en que percibimos las cosas. Y lo que quizá sería más importante, nos enseña cual debería ser nuestra actitud ante las circunstancias adversas de la vida.

El apóstol Pablo fue uno de los que, cuando mereció volver la mirada a las tribulaciones, fue sólo para recordar que el sufrimiento y el dolor son pasajeros y transitorios. Por esta razón, el creyente debe enfocarse en el cada vez más excelente y eterno peso de gloria y así neutralizar el tiempo de angustia y dolor.

Según la ley de la compensación o siembra y cosecha, cada uno de estos difíciles momentos, son una perla más que se agrega a nuestra recompensa, o dicho en palabras apostólicas: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:8,9,17).

Pablo, al igual que Jesús, fue un fiel creyente de la ley del equilibrio y la justicia divina, para él todo aquel que haya de padecer por causa del Reino de Dios, ha de ser justamente recompensado (Mateo 10:42; Marcos 10:29,30), razón por la que sabiamente escogió fundamentar su gozo en lo eterno y no en lo temporal.

Este hombre de Dios muestra que una de las claves más importantes para el éxito de su ministerio fue la paz y el descanso que reciben quienes confían en el poder de Dios y su palabra de protección (1 Tesalonicenses 5:16; Hebreos 4:1,2).

Tenemos provecho, o beneficio, de la Palabra Divina, solo cuando la recibimos creyéndola con fe, haciendo cumplir en nuestras vidas el Salmo (37:4) que nos aconseja: “deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón.”

El apóstol Pablo declara a los Corintios una maravillosa medida de fe, o regla espiritual: (porque por fe andamos, no por vista); no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 5:7; 4:18).

Para que el creyente viva una vida de triunfo permanente ante la adversidad, este primero deberá responder positivamente a la Palabra de Fe y la Consumación de la Herencia Adquirida. Ver lo que no se ve, nos hace experimentar aquí y ahora todos los recursos provistos por Dios desde la eternidad.

Pablo y Silas dan un claro ejemplo, de lo que una mente que no está sujeta a los sentidos naturales puede llegar a experimentar (Hechos 16:23-26).

Lo que para nosotros sería una realidad innegable de dolor; para ellos, era solamente una apariencia, y esto se debía, a que su mirada estaba fijamente anclada en la dimensión del reino eterno y posicional (Efesios 1:15-23; Colosenses 3:1-3).

¡De seguro, que la paz y la confianza que proviene del Reposo Divino afectaba sus sentidos naturales a tal grado que su experiencia se relacionaba con la seguridad del Día Que No Terminó y no con lo pasajero y relativo de lo temporal!

El Reposo de Dios.

 Entrando al Día Perfecto, El Día Que No Terminó. Por. Milton Alonso Granados.  

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